No me gusta el fútbol. Soy un
absoluto ignorante en la materia y reconozco que no tenía ni idea de quién era
Wilfred Agbonavbare, el futbolista que falleció ayer en un hospital de Alcalá
de Henares a los 48 años de edad. Su muerte habría pasado desapercibida para mí
si no hubiese leído el motivo, el cáncer, y aún más la lucha que sostuvo para
intentar sanar el que padecía su mujer, uno de mama que por desgracia acabó
también con ella. La historia del
nigeriano Agbonavbare, que sé por la prensa que había sido portero del Rayo
Vallecano, me recordó un ápice a la mía propia, porque ambos hemos conocido el
cáncer desde los dos lados de la barrera, y, sobre todo, porque los dos hicimos
todo lo que pudimos por ayudar a la persona a la que queríamos. Si él se dejó el
dinero conseguido en el fútbol en un tratamiento para su esposa en Estados
Unidos, yo me rasqué el bolsillo, con el apoyo de familiares, por supuesto,
para que la mía encontrase la cura de su cáncer no solo a través de la sanidad
pública, que no estaba consiguiéndolo, sino también en clínicas privadas de Barcelona
o Suiza (esta pública allí, pero privada para nosotros que tuvimos que costearla).
Leo la historia de Agbonavbare y
me viene a la memoria la mía propia y me imagino al exjugador animando a su
mujer, dándole esperanzas, y lo veo en privado llorando la tristeza de ver cómo
el día a día la iba consumiendo, soportando la frustración de comprobar que el
esfuerzo por encontrar la sanación era en balde una y otra vez. Me los imagino
paseando, fuertes de la mano, agarrando con ímpetu cada segundo, aprovechando
la vida que se les estaba yendo, y también creo ver a Agbonavbare maldiciendo
su (mala) suerte, porque, aunque intentemos huir de ella, la estúpida pregunta “¿por
qué?” viene a atravesarnos el corazón de parte a parte, volviéndonos locos
porque no hay respuesta ni lógica ni justa.
La historia de Agbonavbare es
triste, pero también lo es que la sanación del cáncer, o el intento de
sanación, como tantas otras enfermedades, se cuente en dólares o euros; que
alguien quede prácticamente arruinado para que una clínica se enriquezca porque
se ha decidido que el tratamiento debe ser caro. Pero no pretendo con este
texto denunciar esto, sino rendirle mi pequeño tributo a este hombre al que no
conocí, del que no sabía nada y al que ahora me siento unido de alguna manera.
Texto: José Manuel Serrano Cueto.