Hace unos años acudí como invitado al Festerror de Lloret
del Mar y en un descanso entre proyección y proyección me asaltó James J.Wilson, un videoasta de guerrilla que presentaba allí mismo una serie de
cortos, la trilogía Campamento sangriento, émula de las sagas
"slasher" americanas pero, por supuesto, bastante más desvergonzada.
Arrastraba Wilson a parte de su equipo, incluido su inseparable Emilio Moya,
peculiar actor al que se puede ver vomitando durante toda la trilogía, un
leitmotiv escatológico que viene a subrayar la poca seriedad del conjunto
(nunca se pretendió la solemnidad), ya que, en definitiva, Wilson homenajea a
sus referentes cinéfagos desde la más alocada parodia (homenajea, y respeta, no
en vano la película de la que hablaré a continuación se dedica a la memoria de Paul Naschy, "de parte de
todos nosotros"). Por aquel entonces, año 2010, Wilson estaba haciendo un
documental sobre gente que, como él, se echa la cámara doméstica al hombro para
grabar sus cosas, tipos como Dani Moreno, Naxo Fiol o Jordi O. Romero, algo que,
en principio, me recordaba mucho a otro documental, el interesante y
desgraciadamente invisible (por ahora) Te en-video (2008), dirigido por el
madrileño Víctor Olid de igual forma: sin medios, muchas ganas y no poco
conocimiento del tema en cuestión. Wilson me explicó un poco de qué iba su
película y me pidió grabarme en el cuarto de baño, por aquello de la acústica,
como haría con prácticamente todos los entrevistados. Y allí, en ese baño, me
hizo unas pocas preguntas... Al tiempo, he de ser sincero, me olvidé del
asunto. Sin embargo, en este pasado Sitges, el controvertido Wilson me regaló el DVD de su
documental, titulado finalmente Condenados a luchar (era otro el título previsto, pero tampoco lo recuerdo: ¿quizás el significativo "elegidos para la gloria" del subtítulo?). Salgo en él muy brevemente, en verdad como un intruso…
Condenados a luchar, que se pudo ver en Sitges 2011, se abre
con una frase de Thomas Carlyle adecuadísima: "El hombre valeroso que
lucha como un bravo obtiene siempre, aunque solo sea de tarde en tarde, algún
pequeño triunfo, y ya es bastante para alentarlo a proseguir". Wilson,
Fiol, Moreno, Romero, Adrián Cardona, Chema Ponze, David Muñoz y tantos otros,
presentes o no en la película, se sienten orgullosos de estar en las
trincheras, facturando trabajos que en ocasiones tienen una exhibición amistosa, aunque Internet les abra fronteras,
y que, en otras, sobrepasan las expectativas, alzándose con premios y agasajos.
Se vanaglorian de hacer películas de escasa calidad y no necesitar el éxito,
pero detrás de esto, que para mí en algunos casos no es más que una pose (y lo
digo con absoluto cariño), se esconden unas ganas absolutas de trascender más
allá del diminuto círculo del “underground” (círculo a veces demasiado cerrado
e intransigente, todo hay que decirlo, como lo es también, aunque mucho menos
divertido, eso sí, el de la remilgada elite). En ocasiones, y aunque les cueste
reconocerlo, desean conseguir, aunque solo sea por una vez, "un pequeño
triunfo", pero más grande de lo habitual en ellos. Por eso estos
directores (¿hay alguna mujer en el grupo?) se sienten como pez en el agua en
un festival tan especial como es el de Cotxeres de Sants, y en concreto en su
Cortos para Cortos, donde el vapuleo e insulto a las obras exhibidas se recibe
de buen agrado porque, en el fondo, lo que hay es un enorme regocijo por aupar
lo cutre. Allí son los reyes. No caben amenábares, balaguerós o erices en
Cotxeres de Sants, sino fioles, olides, wilsons y juanes. En Cortos para
Cortos, del que se habla en Condenados a luchar, se apuesta por el cine
absolutamente amateur.
Aparecen otros festivales en el documental:
Badalona, Barcelona, Lloret del Mar, Molins de Rei son algunas de las paradas
del tour que Wilson realiza para rendir tributo, de paso, a esos espacios que
brindan el encuentro y el (re)encuentro a tan peculiar grupo. Dice Wilson en
Condenados a luchar que cree que ellos hacen los cortos para ir a los
festivales, "lugares entrañables donde nos juntamos todos: nosotros, los
que nos critican, nosotros criticamos, la gente grita, cervezas, la gente
consume cosas. Cada año hay siete u ocho festivales donde nos encontramos, lo
pasamos bien, sacamos unas fotos... Lo mejor son estos festivales de bajo
presupuesto que nos dan la oportunidad de darnos a conocer sin desprestigiar a
los de grandes presupuestos, que espero algún día estar en esos". Asume
Wilson, con sinceridad, su deseo de ir subiendo peldaños en el cine. Y es que,
como he insinuado antes, a menudo el mantra de los directores de este cine de
bajo o nulo presupuesto es que no aspiran a más, renegando de un cine oficial
deficitario infectado por las subvenciones. Con acierto, Dani Moreno defiende
el cine de género, comercial, como receta para crear una industria solvente.
Las propuestas de los entrevistados en Condenados a luchar deambulan muy a
menudo por el cine de género, al que defienden a capa y espada el citado
Moreno, autor de Martians go home! La venganza de Sara Clockwork (2006), que no
se imagina a "alguien con una camiseta de Truffaut, pero sí que me imagino
a alguien con una camiseta de Re-Animator o de Day of the Dead". Tiene
toda la razón. ¿Quiénes viven con más pasión y vísceras el cine que los
aficionados al terror, el gore, la ciencia-ficción…? Wilson y sus luchadores
son, antes que nada, fans, seguidores acérrimos de uno u otro género, devoradores de películas de muy pequeños, ya fuera en sesiones dobles o en videoclubes de barrio y, cuando
pueden, que en ellos es casi siempre, se atreven a contar sus propias
historias, con menos que más presupuesto, saltándose porque les viene en gana
las reglas de todo. Y, entre la ingente producción de los presentes, y los que
no están, en el documental se pueden encontrar joyitas dignas de mayor repercusión.
Aunque, si esto ocurriera, quizás dejarían de estar condenados y entrarían a
formar parte del grupo de los elogiados, una situación a veces más perversa que
la que ahora ocupan.
© José Manuel Serrano Cueto
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