Alguien muy conocido me contó una vez una historia algo dura de Juanito Navarro. Relacionada con su carácter, su fuerte carácter al parecer. No es el momento de recordarla, pero hoy, cuando me he enterado de su muerte y he asistido al ditirambo, especialmente al catódico, lo primero que me ha venido a la mente ha sido esa anécdota. Sin embargo, inmediatamente me asaltó otra imagen, mucho más amable, como para compensar: la de mi madre riendo a carcajadas con Navarro y su amigo y compañero de guasas, el también evadido de la vida Antonio Ozores. En mi adolescencia, incluso tal vez en mi infancia (vaya por dios), ella y yo nos los pasamos en grande con las ocurrencias de Navarro, Ozores y el dúo Pajares y Esteso, quienes no pocas veces coincidían en películas, aquellas películas "sociales" del buen Mariano. Navarro solía dar vida al cateto o al tipejo malhumorado, pero siempre, como el resto, hambriento de nalgas, cachas y braguitas de encaje. Su humor era vulgar, no cabe duda, pero llegaba directo a las tripas y, por mucho que uno intentara hacerse el intelectual, la risa acababa por desencajar la mandíbula. ¿Por qué? Porque tanto él como sus colegas eran -afortunadamente dos de ellos aún lo son- extraordinarios. Tenían gracia. No tenían vergüenza. Grandes cómicos de pedorreta, no cabe duda, pero de fabulosas pedorretas. Sí, yo también he caído en el ditirambo. ¿Y qué?
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