Que los yanquis se escandalizan demasiado lo sabemos desde
hace tiempo. Después de ver Los
vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012) no encuentro el porqué de tanto alboroto en Estados Unidos. Que el Capitán América, por ejemplo,
pregunte si las barras y estrellas están pasadas de moda parece hacer tambalear
su lado patriótico, pero la duda lo sitúa en la realidad actual, momento en el
que Estados Unidos no goza del privilegio que tuvo no hace demasiados años,
cuando no era extraño ver a la adolescencia vestir camisetas, chaquetas o gorras
con su bandera. La maquinaria publicitaria norteamericana logró entonces que
medio mundo sintiera el orgullo yanqui sin haber pisado nunca aquellas tierras
y que Rambo se convirtiera en el héroe de la juventud, pese a su estulticia,
matando por doquier a enemigos que ya, a golpe de manipulación, también eran
los nuestros (los vietnamitas, por ejemplo, fueron durante mucho tiempo el gran
enemigo cinematográfico). Con un Hollywood intentando ser precavido para no
atentar (permítaseme) contra la sensibilidad de un espectador post 11-S, Los vengadores, la máxima expresión del
“blockbuster”, se atreve a plantear la guerra en el propio suelo americano, y
más concretamente, y he aquí su máxima osadía, en una Nueva York aún en obras
por los trágicos sucesos del 2001; una ciudad que va desmoronándose
(literalmente) ante el ataque de unos invasores que solo podrán ser derrotados por la cooperación de
distintas fuerzas. Sea el lector quien deje volar su imaginación en pos de
lecturas socio-políticas…
El supuesto escándalo de Los
vengadores, quizás un movimiento más de los inteligentes y efectivos
departamentos de promoción de Hollywood, resulta al cabo una mera anécdota. La
película, que es lo que nos interesa, no defrauda en absoluto en su objetivo
esencial: el entretenimiento. Es simple, irritante a veces, sobre todo por las frasecitas
chistosas de obligada presencia en guion, una tendencia hacia la puerilidad muy
común en este tipo de obras, pero esta reunión de superhéroes Marvel consigue
mantener un atractivo base con petardos y tracas, no más de lo que se busca
como espectador palomitero. Si el crossover funciona en el papel, esta primera
entrega en cine demuestra que también es eficaz en la pantalla, donde quedan
realzados incluso Thor y Capitán América, un tanto (más) insulsos en sus respectivas
películas (no es fundamental, pero sí recomendable, ver antes las entregas en
solitario de estos superhéroes, sobre todo por las referencias en Los vengadores al pasado de los
protagonistas), aunque les cuesta superar el carisma histriónico de Iron
“Downey, Jr.” Man y del dual de Banner/Hulk “Ruffalo”. Quizás esté un tanto
desdibujado Ojo de Halcón y no del todo aprovechado el potencial de la Viuda
Negra, pero en conjunto salen bien parados, cómo no.
El equipo ha funcionado bien, muy bien en taquilla, por lo
que habrá vengadores para rato. Por mi parte solo espero que Nick Furia, el
hombre que susurraba a los superhéroes, adquiera mayor y mejor protagonismo.
Tiene mucho que decir aún Samuel.
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